Michel Foucault decía: El `ensayo´ que hay que entender como prueba modificadora de sí mismo en el juego de la verdad y no como apropiación simplificadora del otro con fines de comunicación, es el cuerpo vivo de la filosofía; si por lo menos ésta es todavía hoy lo que fue; es decir una `ascesis´; un ejercicio de sí; en el pensamiento. Si somos fieles a la prescripción foucaultiana; la escritura del ensayo en la filosofía no es solo un conjunto de enunciados con más o menos estilo; sino una apuesta a la transformación de los juegos de verdad y de uno mismo: un impacto en la subjetividad. De todas las formas en que se puede escribir la filosofía -tratado; papel; aforismo; diálogo; comentario; soliloquio- quizá el ensayo sea la de mayor riesgo porque implica cierta afirmación en suspenso y hasta cierta arbitrariedad que se solapa en nombre del estilo literario del filósofo. Ese riesgo del pensar es valorable y todo ensayo que se distinga debería apostar a ello. En ese sentido; estos once ensayos filosóficos son una muestra de escrituras donde el concepto y el estilo no se hacen mella mutuamente; lejos de ello; se potencian. La lectura de estos textos es consistente con ese cuerpo vivo de la filosofía porque interpelan y apuntalan lo heterogéneo: desde cuestiones de política coyuntural a reflexiones sobre el cuerpo y la sexualidad; desde ideas en clave humorística a preguntas por el ejercicio de la filosofía; desde apuntes sobre la democracia y la comunidad a temas imperecederos como el perdón y la muerte. Es una celebración que estos ensayos no pretendan ordenar ni imponer el exterior sino tan solo dar cuenta de su transformación y de la mutación de la propia subjetividad. Tal vez sea la forma más propicia de hacer filosofía en estos tiempos.